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Imagen e Identidad (II)

Hablábamos de la imagen y la identidad. La importancia, correlación y reciprocidad de ambos conceptos. Ahora bien, qué ocurre cuando nuestra imagen nos es ajena ¿Qué ocurre cuando no tenemos el control sobre lo que los demás piensan o no de nosotros? ¿Puede darse esa situación?
La respuesta, desde mi punto de vista, es Sí.
La imagen que tenemos de alguien puede estar condicionada por un tercero o por nosotros mismos sin, ni tan siquiera, haber cruzado un par de palabras con dicho sujeto.
De esa manera, su imagen, en cierto modo "deja de pertenecerle". Una persona puede proyectar la imagen que desee al resto del mundo, pero no puede controlar lo que otras personas proyectan de él sobre otros sujetos. Ejemplos de esta situación los tenemos a diario en los chismes, en las tabernas, las peluquerías o los talleres. En todo lugar en el que se comente algo sobre una persona no presente y que no pueda corroborar o sancionar lo que sobre ella se dice.
En ese mismo instante se la está privando de algo que podríamos llamar "derecho de réplica", aunque reconozco que quizá no sea el término más apropiado. A lo que me refiero es a que una persona deja de poder controlar lo que se dice sobre ella y por tanto sobre lo que se piensa. Bien es cierto que nadie nunca podrá controlar lo que sobre ella se opina, pues el discernimiento humano trasciende al libre albedrío, por lo que sus resultados ante un mismo estímulo pueden ser impredecibles.
No obstante, bien puede, al menos, saber a lo que se enfrenta si es conocedor de aquello que sobre él se dice.
La cuestión pues a la que se enfrenta la persona que no controla su imagen es la siguiente: ¿debe actuar e intentar retomar dicho control? o por el contrario desistir y resignarse a que cada cual se fragüe la imagen que desee.

Aquí cabrían dos modos de ver las cosas. Por un lado, el que intenta retomar el control de la situación. Puede que en cierto modo lo consiga, que conozca un poco más y mejor las causas y cuestiones que a él se le atribuyen, pero al mismo tiempo corre el riesgo de intentar abarcar todo un océano y como ya se sabe, no se le pueden poner barreras al mar.
Por otro lado, el que se resigna. Puede que esta postura se tome con cierto rechazo, no obstante intentemos comprenderla. En cierto modo, quien decide hacer esto no hace más que lamentar o desentenderse de lo que otros, ajenos, de una u otra manera, a su vida opinen o dejen de opinar. No gastará fuerzas en una empresa que se le antoja imposible y que, probablemente, lo sea. De este modo la indiferencia de este tipo de persona se refugiará en la certeza de que quien le conoce de buen modo, conocerá, al mismo tiempo, su naturaleza y por tanto, que los infundios que sobre el versan son precisamente eso. Dicho lo cual caben las dos posturas. Como siempre, el divino dilema de la elección. El ser o no ser: la vida en estado puro.

2 comentarios:

Marie... dijo...

En mi opinión nuestra imagen no es como nos vemos o lo que queremos proyectar de nosotros mismos, sino la idea que se forma en la mente de los otros.
Nadie te verá como tu te ves ni como quieres que te vean porque cada cual es único en su subjetividad, en su manera de mirar. A partir de aceptar esto, puedes luchar por intentar que la concepción que otros tienen de ti sea cada vez más próxima a la tuya, o resignarte.
Lo mismo pasa con las marcas, que dependen, en último término, de los consumidores y no de las empresas. ...Aunque siempre queda el marketing

J. Pedro Marfil dijo...

Eso mismo intento decir en el texto;)No podemos controlar lo que somos para los demás, por más que nos empeñemos. Nuestra imagen llega a ser "inabarcable". Besos