Desde hace algunas semanas, venimos insistiendo en este blog de que el republicano John McCain no era tan mal candidato como se nos presentaba.
Hoy, ya con el pescado vendido, sabemos que ha perdido las elecciones y quizá sea un bien momento para dar al césar lo que es del césar y a McCain lo que es de McCain.
El senador por Arizona mostró en su discurso de despedida sus principios: que es un auténtico hombre de estado. Llamó a la unidad de los americanos para superar el duro momento por el que pasa su país y mandó callar a quienes abuchearon el nombre del nuevo presidente electo de los Estados Unidos.
Anoche, en lo que algunos han catalogado como su mejor discurso, el republicano alabó a Barack Obama y reconoció la importancia de los acontecimientos. Con esto consiguió algo que no todos logran: estar a la altura de las circunstancias.
McCain, quien también recogió alagos en el discurso de su rival, no demoró sus palabras, no se hizo de rogar. No esperó un milagro, actuó con los pies en el suelo y cuando supo que lo tenía perdido, sencillamente lo admitió. La honradez de lo simple.
El senador, a sus 72 años es un hombre hecho a sí mismo. Renunció a salir de Vietnam por el mero hecho de estar con sus compañeros aún a sabiendas de que por la posición de sus familiares podría librarse de semajante infierno. Sufrió torturas. Le partieron varias veces ambos brazos (por eso no puede levantarlos más allá de los hombros) y su pierna derecha también.
Y a pesar de eso se mantuvo firme y regresó para continuar trabajando por su país. Lo hizo durante años, hasta ganarse el apodo de Maverick, un vocablo antiguo quería decir águila, libertad. De este modo, los americanos designan a aquellos senadores que se distinguen por su independencia. Así actuó McCain, en pro de sus ideas. Desarrolló leyes en colaboración con los demócratas y se negó a aprobar otras impulsadas por compañeros de su propio partido. Quizá ese fuese uno de sus pecados. Cuando quiso darse cuenta era un republicano para los demócratas y un demócrata para los republicanos.
Sin duda era el hombre con la clase de ideas que necesitaba su partido ante estos comicios, sin embargo ha fallado su imagen. No ha conseguido desvincularse por completo del mandato Bush, en parte por intentar ganarse a su propio electorado, no ha sabido transmitir esa idea de cambio que en el fondo él también promovía.
En su contra también ha jugado un papel decisivo su imagen, quizá válida para una elección con el propio Bush, o con alguien de condiciones similares, pero no para competir contra un "atleta" como Obama.
Finalmente McCain se despidió. No era el mejor candidato, pero deja la sensación de haber luchado hasta el final, pese a no haber sido suficiente. Se despide, como todo un caballero, con la cabeza bien alta. Un hombre y un soldado que ha dedicado su vida a su país. Se marcha y lo hace por la puerta grande, como un auténtico señor.
Hoy, ya con el pescado vendido, sabemos que ha perdido las elecciones y quizá sea un bien momento para dar al césar lo que es del césar y a McCain lo que es de McCain.
El senador por Arizona mostró en su discurso de despedida sus principios: que es un auténtico hombre de estado. Llamó a la unidad de los americanos para superar el duro momento por el que pasa su país y mandó callar a quienes abuchearon el nombre del nuevo presidente electo de los Estados Unidos.
Anoche, en lo que algunos han catalogado como su mejor discurso, el republicano alabó a Barack Obama y reconoció la importancia de los acontecimientos. Con esto consiguió algo que no todos logran: estar a la altura de las circunstancias.
McCain, quien también recogió alagos en el discurso de su rival, no demoró sus palabras, no se hizo de rogar. No esperó un milagro, actuó con los pies en el suelo y cuando supo que lo tenía perdido, sencillamente lo admitió. La honradez de lo simple.
El senador, a sus 72 años es un hombre hecho a sí mismo. Renunció a salir de Vietnam por el mero hecho de estar con sus compañeros aún a sabiendas de que por la posición de sus familiares podría librarse de semajante infierno. Sufrió torturas. Le partieron varias veces ambos brazos (por eso no puede levantarlos más allá de los hombros) y su pierna derecha también.
Y a pesar de eso se mantuvo firme y regresó para continuar trabajando por su país. Lo hizo durante años, hasta ganarse el apodo de Maverick, un vocablo antiguo quería decir águila, libertad. De este modo, los americanos designan a aquellos senadores que se distinguen por su independencia. Así actuó McCain, en pro de sus ideas. Desarrolló leyes en colaboración con los demócratas y se negó a aprobar otras impulsadas por compañeros de su propio partido. Quizá ese fuese uno de sus pecados. Cuando quiso darse cuenta era un republicano para los demócratas y un demócrata para los republicanos.
Sin duda era el hombre con la clase de ideas que necesitaba su partido ante estos comicios, sin embargo ha fallado su imagen. No ha conseguido desvincularse por completo del mandato Bush, en parte por intentar ganarse a su propio electorado, no ha sabido transmitir esa idea de cambio que en el fondo él también promovía.
En su contra también ha jugado un papel decisivo su imagen, quizá válida para una elección con el propio Bush, o con alguien de condiciones similares, pero no para competir contra un "atleta" como Obama.
Finalmente McCain se despidió. No era el mejor candidato, pero deja la sensación de haber luchado hasta el final, pese a no haber sido suficiente. Se despide, como todo un caballero, con la cabeza bien alta. Un hombre y un soldado que ha dedicado su vida a su país. Se marcha y lo hace por la puerta grande, como un auténtico señor.
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