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El 'perdón', un sano ejercicio de comunicación política

Perdón, perdón, perdón… ¿Cuántas veces al día nos detenemos a pedir disculpas? Pensémoslo.
Al toser, al tropezarnos con alguien, al equivocarnos… Utilizamos esta fórmula de cortesía en multitud de ocasiones. Pero reflexionemos sobre éste último motivo ¿porqué hay ocasiones en las que a los políticos les cuesta tanto pedir disculpas?
Errar es humano. Todos lo hacemos. Es verdad que con este tipo de acciones se dan argumentos a los rivales  para criticar la 'incapacidad manifiesta', pero hay que recordar que los opositores suelen criticar, así que ¿dónde está el problema? No captaremos las simpatías de los simpatizantes de otros partidos, pero sí daremos importancia a los propios porque, con una disculpa activaremos un mecanismo de empatía y reconocimiento con nuestro interlocutor.
Los ejemplos son fáciles de recordar. En parte porque, al no ser habitual en el lenguaje político, suelen acaparar las principales páginas y debates en la prensa debido a su 'rareza'. 
En los últimos años asistimos a cómo Barack Obama se disculpaba tras la concesión de unas ayudas que no llegaron a buen puerto, o a cómo Zapatero hacía lo propio por las consecuencias de la crisis. En los últimos meses hemos visto cómo a Rubalcaba no se le caían los anillos por disculparse una y otra vez por las consecuencias de la huelga de controladores.
Pedir perdón requiere varios pasos implícitos para lograr una disculpa sincera: un previo análisis de conciencia, saber qué se ha hecho mal y buscar soluciones para intentar no volver a caer en el error; así como la solicitud de absolución a la persona a la que hemos podido ocasionar molestias.
Pero el perdón, además conlleva un sentimiento de empatía, un reconocimiento hacia la otra persona a la que se respeta por considerarla 'dañada' por nuestra falta. La petición de clemencia sugiere que se considera más importante el vínculo entre las dos personas que el orgullo de cada cual.
Así se activan cauces emotivos con nuestro interlocutor. El político baja del pedestal, de la tribuna, para agachar un poco la cabeza, reconocer su humanidad y solicitar al ciudadano su disculpa por el error. Le considera importante, estima su parecer y aguarda su dispensa. 
Puede que pedir perdón resulte muy goloso al rival para estructurar un buen ataque, pero los simpatizantes del partido podrán (en parte) entender mejor, conocer mejor y en cierto modo, estrechar los vínculos afectivos con los personajes de la escena política, quienes a menudo se muestran distantes y en cuyos discursos suele ser complicado encontrar dosis de 'humanidad'.

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