Desde hace unos meses, hemos visto como el presidente del gobierno parece no encontrarse a sí mismo, lo que provoca que, entre sus seguidores, se detecte cierta confusión. Y todo por no saber comunicar correctamente.
El inicio de este proceso no podría establecerse concretamente en el tiempo. Quizá al comienzo de la presidencia Española de la UE, quizá con la aceptación de la crisis. Lo cierto es que el leonés no ha sabido comunicar las reformas como método para asegurar las garantías sociales y éstas han trascendido como todo lo contrario. Más tarde llegaron los recortes que tanto daño hicieron a su imagen y a la de su gobierno, además de las idas y venidas y los toques de atención.
Desde que España asumió la presidencia de turno de la UE, el presidente del gobierno tiene menos visibilidad en los medios. En los últimos meses ha acaparado las portadas de los medios en contadas ocasiones y no precisamente para comunicar buenas noticias. Esto, lejos de aislarlo de las negatividades de la crisis, parece estar despertando en los ciudadanos cierto sentimiento de orfandad.
Algunas teorías hablan de la necesidad de alejar al lider de todo mensaje negativo para que su imagen permanezca al margen. Sin embargo, otras comentan la necesidad que tienen los pueblos de liderazgos fuertes capaces de echarse una crisis a la espalda y asumir sus riesgos.
Ejemplo de esto hemos visto en las últimas ocasiones: en Chile, Piñera con los mineros; en EEUU, Obama con los vertidos de BP. Mención aparte merece el caso Japonés con en el que el liderazgo parece haber sido asumido de forma silenciosa por su propia sociedad.
El resultado de las acciones puede variar aunque las acciones emprendidas sean las mismas. Esto se debe a la necesidad de análisis del contexto, de la cultura y del entorno reinante en cada ocasión. Pero no es menos cierto que los ciudadanos agradecen que las acciones o las medidas (acertadas o no) de sus dirigentes sean asumidas y sean ellos los que ejemplifiquen la necesidad de los mismos. De lo contrario se produce una disminución del vínculo identificativo existente entre político y ciudadano. Se muestra al líder como un personaje lejano y difuso. Y es de eso de lo que estamos hablando. No de una disminución del apoyo a las políticas que está poniendo en marcha el gobierno, sino de su forma de hacerlo. Es más preocupante para un líder que sus seguidores le perciban distante y alejado de sus inquietudes a que discrepen de sus acciones. Y ese es, probablemente el problema más fuerte al que se enfrentan los socialistas de cara a los siguientes comicios.
Son las formas por encima del fondo lo que desgasta al electorado socialista, aunque queda tiempo para las próximas elecciones generales. La prueba de las municipales y autonómicas no es más que eso, una prueba. Mientras el PP intenta enfocar la elección, en la medida de lo posible hacia el plano nacional, el propio PSOE intenta desvincularse de la 'marca' Zapatero centrándose en los aspectos locales. Otro síntoma de desarraigo.
Pero que nadie se llame a engaño. El ocaso del presidente del gobierno coincide con el ascenso de un gigante político. Alfredo Pérez-Rubalcaba, parece haberse convertido en una suerte de valido de Zapatero y las esperanzas de los socialistas pasan, en buena parte, por él. En cierta medida, se debe a que ha sido él el encargado de comunicar las medidas del gobierno de un tiempo a esta parte. Es él quien ha acaparado las portadas, los debates y las comparecencias. En mayor o menor medida él es el líder que acompaña a los ciudadanos en esta travesía por el desierto.
En cualquier caso las elecciones aún quedan lejos y las recetas aplicadas por el Partido Socialista no parecen estar enfocadas al corto plazo. Veremos.
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