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La emotividad del discurso

Hace algunos meses, cuando el Gobierno de Mariano Rajoy anunciaba los tremendos ajustes a los que tendríamos que enfrentarnos, muchos criticaron la aparente frialdad con la que se anunciaron dichas medidas. La comparaban con las lágrimas de la ministra italiana Elsa Fornero al anunciar, entre otras, la reforma de las pensiones. 
Las críticas desde muchos sectores fueron bastante duras y el gobierno pareció tomar nota empleando un tono bastante más solemne en el siguiente consejo de ministros. 
Pues bien, hace unos días, la vicepresidenta Soraya Saenz de Santamaría, aplicó un tono emotivo a su discurso durante la presentación del fondo social de viviendas para el alquiler. Tono por el que también ha recibido críticas, a pesar de no romper a llorar, si no por aplicar un enfoque humano a la medida. 
La vicepresidenta habló de ejemplos concretos, personalizó aquellos que podrán acogerse a este tipo de alquileres y alabó la entereza y fuerza de voluntad de aquellos que cada día se levantan para luchar por sus familias. De hecho, parafraseando su discurso, comentó que sería bueno que todos los políticos y trabajadores públicos contasen con esa motivación.
Discurso, pues bastante emotivo, que sin embargo, pocas horas después despertó las críticas de propios y extraños hasta el punto de convertirse en trending topic.
¿Qué ocurre? Vemos a una ministra italiana llorar y nos conmueve, escuchamos a Obama personalizar en sus discursos y sentimos cierta envidia por no contar con oradores de su talla ni discursos con semejante enganche. Sin embargo vemos a la vicepresidencia tratar de acercarse y se critican sus palabras.
Estas reacciones tienen mucho que ver con nuestro ideario colectivo y cultura. Con la imagen que tenemos de un político antes incluso de que comience a pronunciar su discurso. Así, por ejemplo, es complicado que personalidades de las que se tiene una imagen de gestión, puedan expresar y convencer a través de discursos emocionales. Esto es la coherencia en el mensaje político: fundamental.
Por otro lado, claro está, entra la crítica tan típica en nuestra cultura política y social. Esa cultura que es capaz de criticar duramente a personalidades que hacen aportaciones millonarias a obras sociales o la emotividad de un discurso. Esto forma parte del contexto de desapego con los políticos existente en nuestro país por lo que se hace fundamental contar con ello a la hora de plantear la pertinencia o no de un mensaje. 
De este modo, no podemos esperar que lágrimas, ni emotividad, ni mensajes esperanzadores, como los que vemos en otros contextos despierten el interés de en nuestra sociedad como por arte de magia. Antes bien debemos tratar de comprender sus motivaciones e inquietudes a la hora de plantear un discurso que realmente cause el efecto deseado en el interlocutor. 

2 comentarios:

Unknown dijo...

No es la emotividad. Es la sinceridad, si la emoción es real o está preparada de antemano. Lo primero emociona, lo segundo cabrea. En el mundo del cine y del teatro existe un pacto tácito entre intérpretes y espectadores que se llama «suspensión de la incredulidad». Según él, el espectador, sabiendo que todo es una farsa, está dispuesto a creerse las lágrimas de los actores hasta el punto de emocionarse con ellas. En política no se da dicho pacto, entre otras cosas porque no es ninguna farsa. Por eso, las interpretaciones emocionales y afectivas no calan ni emocionan.

J. Pedro Marfil dijo...

Justo ahí vamos. Lo que pongo en duda es que intenten aplicarse discursos emotivos a políticos que se caracterizan por su perfil frío y de gestión. No es coherente y por lo tanto no resulta creíble.
Cualquier político tiene su sensibilidad, como cualquier ser humano, pero en parte por su propio defecto como por el de la cultura política - motivada por tanto desengaño - hace que recibamos la mayor parte de los intentos de aplicar este tipo de mensajes como falsos e inverosímiles.
Como siempre, gracias por el comentario, siempre aportando.
Abrazo