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Democracia de audiencia vs Democracia de partidos

Un amigo me lanzaba una pregunta la pasada semana tras ver el discurso de Julian Castro en la convención demócrata de Charlotte. '¿Has visto el discurso? ¿Por qué son tan buenos y nosotros tan malos haciendo estas cosas?' La pregunta no tiene sencilla solución. La respuesta pasa por muchísimos factores: como la tradición democrática en los EEUU (aunque su sistema sea bastante menos democrático que el nuestro), la trayectoria de los medios en ese país y su cultura como nación.
Se suele decir que en EEUU todo está pensado a lo grande. Grandes refrescos, carreteras, grandes coches, casas o estadios. Y cómo no, las convenciones de los partidos. Mientras en nuestro país los encuentros y grandes citas de los partidos mayoritarios se celebran en palacios de congresos ataviados con banderolas y animados por cámaras de mareante movimiento; al otro lado del charco, cierran estadios, montan escenarios parecidos a los de los conciertos, con pantallas gigantes, gorras, banderas, altavoces y perritos calientes. Todo a lo grande. 
Uno ve la convención demócrata o republicana y se sumerge por completo en una superproducción de Hollywood. Luego, uno lo compara con lo autóctono y naturalmente, lo encuentra todo bastante más pobre. Los americanos nos llevan años de ventaja en esto y se nota. En EEUU la gente ve por la tele una convención como quien ve un partido de fútbol americano. Los políticos lo saben y lo preparan para que guste, no para que aburra. Cantan emocionados su himno mirando a su bandera (¿himno? ¿bandera? ¿política? ¿España?) y todo crea una atmósfera especial. Cargan sus intervenciones de historias, de sentimientos y de espetáculo. Suben al escenario, se ponen delante de una cámara y hablan. Saben hablar porque están preparados para hacerlo. Entonces los realizadores sacan un plano de un asistente emocionado, de una madre con su hija, de un anciano que recorrió 700 millas a pie sólo para ver a candidato... Y todo para que entretenga, para que capte la atención y el interés del espectador.
Somos capaces de sentarnos a ver 'Air force one, el avión del presidente' con un presidente de los EEUU capaz de rescatar a su propio avión de un secuestro. Cuando la película termina, pensamos en una versión con la misma trama pero con un presidente español a bordo de su Falcon haciendo lo propio. No ¿verdad? Nos entraría la risa floja. Es aquí donde influye el sustrato cultural. El cine es un buen ejemplo de ello y mientras la mayor parte de las películas americanas nos evocan a un héroe, la mayor parte de las películas españolas nos atrapan con un drama o un crudo realismo. También pasa en la literatura, con nuestro Quijote universal, el Hereje de Delibes, La Colmena de Cela. Historias diarias que entendemos como nuestras.
En EEUU la historia está forjada a base de heroicismos. Es algo muy anglosajón. Honrar su memoria, sus grandes hombres y mujeres, sus gestas, sus caídos... Mientras, España continúa dando trasmitiendo sus propias historias de país acostumbrado a derrotas y miserias (aunque no siempre fue así).
Todos estos factores nos ayudan a entender las diferencias entre una y otra realidad. Y cómo no, la vertiente política. Es lo que Manin denominaba la democracia de audiencias. Este sistema se caracterizaba por una pérdida protagonismo de los partidos (y en cierto modo de las ideas en sí) en favor de los candidatos. Se personaliza mucho más la política. Un ciudadano no vota a un partido, vota a su candidato y consecuentemente, este es elegido en el seno del partido en función de sus habilidades comunicativas. Mientras en Europa, seguimos en ese proceso de transición desde la democracia de partidos. Los partidos continuan teniendo un peso específico mayor en la política y las ideologías continúan teniendo más protagonismo. No hay tanta política espectáculo y hay más trabajo entre bastidores. 
¿Cuál es mejor o peor? Cada cual tiene sus partes buenas y malas. Según Manin, la democracia de partidos está abocada en la mayoría de los casos a convertirse en democracia de audiencias. Personalmente, creo que influyen tantos aspectos culturales que en España queda bastante para eso, aunque ya se perciben algunos detalles que apuntan en esta dirección.
Por estas y otras cosas, mi querido amigo, es por lo que lo hacen 'tan bien'. Nos gustan los héroes que ellos forjan, pero de momento, no somos capaces de asimilarlos a los nuestros. Ellos se mueven en su democracia de audiencia. Nosotros, continuamos en la de partidos.

2 comentarios:

AlejandroBosque dijo...

Clarificador artículo. Yo no soy muy admirador de muchísimas cosas de los EE.UU. y tampoco me hace sentir muy cómodo las constantes referencias a anécdotas personales y a patriotismos huecos pero, he de reconocer -y es preocupante-, que cuando hablan de política en sus discursos muchas veces siento más conexión con Obama o Castro que con cualquiera de nuestros políticos.

J. Pedro Marfil dijo...

¡Gracias por el comentario! Sientes empatía con ellos porque su mensaje está trabajado en ese sentido. Escribir un discurso no es tarea fácil: el uso de la retórica, el storytelling, el uso de las pausas, del lenguaje no verbal... Parece que en EEUU son más conscientes de cómo hacer esto y ese trabajo tiene sus resultados.
Gracias por proponer esta entrada, este tema da mucho juego.
Abrazo